Nada mas llegar, pude ver el ambiente que se respiraba, era el típico de fiesta, aunque un poco extraño, ya que por Asturias, el ambiente festivo dista un poco del que se respiraba en la plaza. Mas bien, es como si se intentase imitar esas tardes de domingo de la Maestranza, donde el toreo es poco menos que una religión, en resumen, se veía todo un poco forzado (a mi entender, claro).
Después de una razonable espera, saltan a la arena cual gladiadores, unos cuantos toreros (disculpen mi tremenda ignorancia del tema, ya que solamente asistí en esa ocasión, y desconozco por completo la jerga taurina).
Iban todos tiesos como velas, regocijándose en los aplausos, y con cara de satisfacción mas que de concentración. Saludaron al público, y se retiraron.
Siempre he pensado que los toros de lidia, son mas pequeños que los que estamos acostumbrados a ver por Asturias, y la verdad, son un pelín mas pequeños, pero no demasiado.
Puedo ver como el torero se pone en el centro de la plaza a esperar al morlaco, cuando de repente sale un pedazo de animal enorme galopando como loco, y nada mas llegar al centro, se para y se pone a mirar alrededor, como si le resultase extraño todo. El torero, viendo que el toro se para, lo azuza con el capote (uno grande, no el pequeñito que se usa cuando lo matan) y este embiste sin pena ni gloria, para luego darse una vuelta por la arena para ver lo que estaba ocurriendo.
Después de unos cuanto quites, sale el caballo con el picador. En la tele parece algo pequeño, pero la punta de la lanza que utiliza es muy grande, y cuando este arremete contra el caballo, el picador lo ensarta fuertemente. Desde la televisión no se aprecian muchos detalles, pero en ese momento fue cuando comencé a sorprenderme.
El bramido que soltó aquel animal, me puso los pelos de punta, y en cuanto le sacó la “lanza” comenzó a brotar un chorro de sangre como si de un grifo se tratase.
Después llegaron las banderillas, que para el que no lo sepan, la punta es como una mano de larga, y al final termina con la forma de un anzuelo del tamaño de un dedo meñique.
En fin, salta el de las banderillas, y le pone un par de ellas y se pudo apreciar perfectamente, como la sangre le salpicó en la cara al clavárselas, como si pegásemos una palmada en una mesa después de derramar un vaso de agua.
Todo me estaba pareciendo excesivo, y sobre todo, cuando miraba a mi alrededor y veía a la gente gritando como una posesa disfrutando de toda aquella sangre.
El animal no paraba quieto ni un minuto intentando quitarse las banderillas, pero en cuanto agitaba su lomo para poder desprenderse de ellas, ya tenía a otro del otro lado con otras, estas de los colores de la bandera de Asturias, para que quedase mas bonito.
En un momento dado, se le calló una banderilla, y por culpa de el acto de palanca que hizo esta, se podía ver como se colgaba un trozo de carne, mientras sangraba a borbotones.
Mas tarde (era el momento del matador), aparece completamente altivo y orgulloso, un mozalbete de unos veintipocos años, delgado y espigado, que con unos movimientos chulescos, azuzaba al toro para que envistiese.
Después de unos cuantos pases, llegó el momento de la muerte, y la verdad que fue lo que me dejó impresionado para siempre.
Yo estaba al lado de la barrera, y el torero en el centro de la plaza. Al intentar matarlo, no le clavó el estoque entero, y la espada salió volando, imaginaos el efecto visual de una espada pegando en hueso y saliendo disparada. El animal bramaba sin parar, mientras iba tosiendo sangre cada poco; el lomo del toro negro como el azabache, se tornaba poco a poco, en una brillante capa de sangre caliente que emanaba vapores que se podían apreciar perfectamente.
El toro completamente ahogado, tomaba el poco aire que podía coger, mientras el matador se preparaba para su segundo intento.
En esta ocasión acertó, o por lo menos la clavó hasta el final, y el toro después de dar unas cuantas sacudidas al aire, se vino para donde estaba yo a tumbarse y buscar la muerte apacible, que tres hombres no le dejaban tener, ya que estaban constantemente azuzandole con el capote.
Tenía al toro a menos de dos metros de mi, hincado de rodillas e intentando respirar sin apenas poder conseguirlo, la escena era dantesca, de su espalda, lo que era un brillo de sangre, se transformó en un continuo fluir, como si alguien le hubiese abierto el grifo; era increíble, no paraba de salir sangre, litros y litros...
Era sorprenderme ver como este animal bramaba una y otra vez de una manera aterradoramente desesperada, unos bramidos que se podían escuchar en toda la plaza.
Poco antes de su muerte, el indefenso animal, vomitó un par de litros de sangre mientras el público aplaudía al niñito espigado que se regocijaba en el centro de la plaza.
En ese momento, fue cuando me convertí en un antitaurino declarado.
No pongo ninguna foto ni vídeo, porque son bastante fuertes, aunque lo triste, es que todos los que están a favor de las corridas de toros, solamente ponen imágenes del precioso animal corriendo por la dehesa, y no las de las bocanadas de sangre que expulsan en su agonía.
P.S. Solamente quise explicar mi experiencia
Un saludo.
